Un saber sin cálculo, o la universidad de cabeza
Klastos (K): ¿Cuáles fueron las circunstancias en las que surgió 17, Instituto de Estudios Críticos hace ya casi 20 años, en 2001? ¿A qué buscaba responder su aparición en la trama de saberes que había en México?
Benjamín Mayer Foulkes (BMF): En aquel tiempo había una ausencia marcada de espacios expresamente dedicados al pensamiento crítico contemporáneo. Existía una gama de exponentes, en las universidades, los circuitos culturales y el circuito psicoanalítico, dispersa. Hoy es difícil imaginar al arte contemporáneo en el margen de las instituciones, pero así era entonces. En materia cultural dominaba cierto bronce nacional, estatal, metafísico y mediocre, que daba la sensación de falta de aire.
El Instituto se propuso proveer un lugar para trabajar con esas corrientes de pensamiento, abanicos de creación y perspectivas psicoanalíticas, para promover, además, el diálogo transversal entre ellas. Se trataba de estar en posibilidades de hacer eso a nuestras anchas, lo que resultaba difícil en todos los sectores.
Tenían lugar un montón de procesos simultáneos: la neoliberalización económica, la diseminación del internet, la ruptura de los horizontes locales, el influjo más intenso de corrientes de pensamiento contemporáneo. También crecía la energía de la “sociedad civil”, noción actualmente muy desgastada.
El crack del año 1994 (la irrupción zapatista, el inicio formal del TLC, el asesinato del candidato priista a la Presidencia) marcó el inicio de un período de historia social e intelectual del país que duraría hasta 2019, con el arribo del actual gobierno y sus modificaciones del statu quo en materia cultural, científica y social. Hace un cuarto de siglo se aflojó el dominio corporativo estatal, se produjeron conjugaciones novedosas y la afirmación autonómica de proyectos e iniciativas estatales, privadas y civiles. Se hizo sentir la pujanza de muchas ciudades del interior y un creciente ajuste largamente esperado ante la tradicional centralización del país.
Todo ello imprimió una gran vitalidad a muchas iniciativas, la nuestra incluida. En esa apertura había diversificación, a la vez que tenía lugar una entrega cada vez más marcada a las fuerzas del mercado. Lo sucedido resultó de doble filo en todos los casos. Son los cimientos del presente.
K: De esta reflexión que haces, es importante destacar que un énfasis excesivo en la dimensión económica del neoliberalismo para caracterizar aquellos años de inicio del siglo XXI sería reduccionista, pues pasaría por alto otros impulsos que atravesaban las formas de acción e imaginación en aquel entonces.
Por una parte, la activación de una dimensión “civil digital”, donde el influjo del EZLN había hecho imaginable que se podían poner en marcha otras formas de agencia y complicidad mediante Internet. Por otra parte, quedaba aún el resabio de un entusiasmo por la salida del PRI de la Presidencia y una promesa de democratización que se desinflaría después, pero que parecía abrir las puertas a esa descentralización que mencionas.
BMF: Hubo una promesa de democracia política, cultural, social y económica, ese era el gran horizonte utópico, pero esa democracia estaba concebida en términos de lo que Foucault llama las sociedades disciplinarias. La desilusión predominó cuando, en vez de producirse la anhelada transición democrática, nos avasalló la mutación decisiva hacia lo que Deleuze llama las sociedades de control (¿o es la Democracia de masas referida por Dany-Robert Dufour, o el Discurso de los mercados descrito por Néstor Braunstein?). La tendencia no era de fácil comprensión y creo que a la fecha no terminamos de asimilarla. Doy cuenta del cambio a través de un par de ilustraciones.
Primera, al inicio del Instituto, batallamos para que nuestra gente pudiera hacerse al medio digital y entrara al juego de la propuesta en nuestra Máquina de escribir. Nos preguntábamos qué pasaría cuando arribaran los nativos digitales. Para algunos eso solucionaría muchos problemas, pero otros se mostraban más escépticos y llegaban a bromear que para cuando finalmente llegaran, “ya no podrían ni leer”… al menos no en el sentido disciplinario.
Segunda, la presidencia de Obama también ejemplifica este descarrilamiento de narrativas torales de la modernidad: bien puede sostenerse que para cuando Estados Unidos finalmente logró tener un presidente afrodescendiente, hecho que en la década de 1960 habría tenido un impacto enorme, ya no importaba mucho. En ello podemos aquilatar el hundimiento de otra promesa democrática más, en las profundidades de la sociedad de control, digamos, cuya dinámica caótica precipitó lo que siguió al gobierno de Obama.
K: ¿Ese desfondamiento disciplinario del que hablas lo podemos ligar con la idea de posuniversidad que ha sido tan importante en la reflexión de 17? ¿Cómo caracterizarías a la posuniversidad y la manera en que 17 aboga por esa noción, que me imagino que va mutando conforme evoluciona la propia práctica del Instituto?
BMF: Estamos igual de comprometidos con la noción de posuniversidad hoy que hace veinte años, aun si en un inicio los términos que usábamos para describirnos eran otros. Hallar el vocabulario para explicar públicamente nuestro planteamiento ha implicado todo un trabajo y sus conceptos han madurado. La noción de posuniversidad ha permanecido constante y hemos modificado su estrategia y su táctica según los cambios de circunstancia.
La posuniversidad implica un quehacer a partir de lo residual, me refiero a ese residuo radical, el objeto a lacaniano, que no es asimilable ni simbólica ni subjetivamente. Este “hoyo negro” es lo que la universidad, como institución discursiva, antes que como institución social, siempre intenta imposiblemente dominar. 17 invierte la ecuación y hace de dicho hoyo negro el punto de partida de una interpelación radical de todo saber.
La fórmula implica poner de cabeza la lógica universitaria: en lugar del intento continuo de colonización de dicho hoyo negro en nombre del saber, se trata de sostener con base en un continuo proceso de desconstrucción, ya que por principio su potencia excede la de cualquier concatenación simbólica en general. En la sociedad disciplinaria dicho residuo des-sedimenta todas las categorías y las organizaciones que la caracterizan, en dirección de los escenarios post- con los que estamos familiarizados.
En las sociedades de control, dicha residualidad sigue siendo pertinente críticamente, pero ha de cobrar otras modalidades. Ahí donde los sistemas pretenden calcularlo todo, hemos de hablar de incalculabilidad. Los motivos de los que nos hemos ocupado en el Instituto en los últimos años (la gestión crítica, la vivencia de la lepra, las memorias vernáculas, el ecocidio, la relación entre la música y la sordera, la revaloración del papel social de los adultos mayores, la improvisación, la historicidad), atienden las diversas formas de manifestación de lo incalculado y lo incalculable, y plantean cuestionamientos y resistencias a las ilusiones del control. La posuniversidad cultiva nuestra relación con lo incalculable y ensancha nuestro repertorio de respuestas a ella.
K: ¿Qué formas crees que podrían tomar hoy los saberes críticos (esos que se relacionan desconstructivamente con los saberes, dando prioridad a la inasibilidad del “hoyo negro” del que hablas) en una coyuntura que es distinta a la que has descrito en relación con lo residual? Porque lo residual en las sociedades disciplinarias era mantenido en los márgenes (en los psiquiátricos y las prisiones, en la patologización de la existencia disidente) porque era una suerte de amenaza al orden.
Sin embargo, lo que nos encontramos desde 2016 para acá es justo lo contrario: un Trump mandando mensajes contradictorios continuamente sobre el COVID-19, AMLO negando que haya el número de feminicidios que se denuncian porque tiene “datos alternativos”. Lo que se siembra desde el poder no es orden sino desconcierto. Pareciera que lo que se está enfatizando es la incalculabilidad o imprevisibilidad de las decisiones políticas, lo que interrumpe premeditadamente la cadena significante que permite “dar sentido”.
Es justo ahí donde surge todo un conjunto de prácticas ligadas con la “posverdad” y con las teorías conspiranoides que vienen a proponer orden en el caos y la confusión provocados de antemano. En ese desplazamiento delirante, se hace sumamente difícil imaginar formas de intervención crítica. ¿Cómo piensan desde 17 el lugar de lo residual ahí y la reflexión e intervención crítica?
BMF: Considero que en respuesta a esas tendencias, en efecto muy complejas, la crítica puede crear comunidad y hacer institución. No como un suplemento del quehacer crítico sino como el quehacer crítico mismo. Es crucial generar entornos habitables, que puedan dar lugar a la confianza, la conversación y la legibilidad, partiendo de la dura prueba que conllevan sus límites inherentes, para desde ahí generar toda clase de iniciativas e intervenciones.
Cuando la derecha disfrazada de posmoderna quiere hacernos creer que ejerce en los hechos el supuesto relativismo cultural antes postulado por la supuesta izquierda, estamos ante una denegación, en el elemento de una esfera pública que en las últimas décadas ha basculado de ambientes que se dejan describir como neuróticos, a otros perversos e incluso psicóticos.La intervención crítica, que no puede más que ir de la mano con la psicoanalítica, es la de ensamblar colectividad que pueda guarecernos de sus peligrosas implicaciones que por desgracia parecen anunciar cosas aún más terribles por venir.
Esta modalidad de crítica instituyente es asimismo fundacional de 17. Sin ella hubiese carecido de sentido ir adelante con la gestación organizativa de la cual nos hemos hecho cargo. El reto es gigantesco, pues se trata de construir colectividad al margen de los abismos identitarios, la derrota religiosa de la singularidad y la pastoral política: afianzar los lazos por fuera de tales formas de colapso colectivo. El Instituto se propuso desde el inicio como el laboratorio de cierta socialidad crítica: este es el trabajo de campo que me ha apasionado. Por eso no he vivido la historia del Instituto desde el lugar del “gestor”, el “funcionario” o el “ejecutivo”.
¿Qué tan lejos podemos llegar en la construcción de una socialidad que trascienda la afinidad estética y el vínculo universitario antes caracterizado? En un panorama tan desafiante como el actual, laboratorios como 17 ofrecen alternativas a aquellas provistas por las mafias, hoy a menudo indistinguibles también de las militancias activistas.
K: La digitalización y el formato que toma el Instituto con la “educación a distancia” creo que va a tener que negociar su existencia con la lógica del capitalismo de plataformas, que se apoya en Microsoft, Google, Facebook, Amazon, Uber, etcétera, para desarrollar sus iniciativas empresariales extractivistas y precarizadoras. Ahí destacan al menos dos problemas, sobre los que quizás podrías apuntar algo al respecto:
1) Esta “educación a distancia” se apuntala en un proceso de precarización, de flexibilizar aún más las condiciones laborales, del extractivismo de las formas de saber de los profesores, de la temporalidad de sus contratos: ¿cómo imaginas a 17 respondiendo a esas condiciones de precarización?
2) Por otra parte, en México hay una profunda división entre un grupo muy reducido de personas que puede pagar y tener acceso a la educación “superior” y una mayoría que estará a merced de esos formatos estandarizados y precarizados “a distancia”: ¿cómo imaginas que 17, que no es ni tiene la responsabilidad de la SEP, claro, responda a esto?
BMF: No hacemos “educación a distancia”. Lo que hemos hecho es incorporar medios digitales en la vertebración de un método escritural que por añadidura tiene muchas ventajas de la telecomunicación, sin que suscribamos su narrativa más común, aquella de la virtualización de la presencia. Tal supuesta virtualización no se sostiene, porque en el origen no hay tal cosa como la presencia, tampoco en el aula. En todo caso, el asiento de la socialidad es el lenguaje y no la mítica presencia, de ahí que el intercambio de escritos, como el de cualesquiera formas significantes en general (para llevar nuestra concepción de la escritura al registro gramatológico que le corresponde) por definición no tiene nunca lugar “a distancia”, o lo hace siempre, aún “en presencia”.
¿Cómo reorganizar en tal escenario lo laboral? Ciertamente estamos ante un reto mayúsculo. Por una parte no podemos pretender estar por encima de las condiciones generales de la economía y la sociedad (aunque a la vez muchos de nuestros colaboradores permanecen con nosotros por lo que pueden llevar adelante en nuestro marco, por contraste con otros circundantes). Por otra parte, hay que preguntarse si la precarización aludida no entraña mucho más que la explotación económica: pienso de nuevo en la mutación de la lógica disciplinaria en la lógica del control, que trastoca la escena laboral entre tantas cosas. Responder a todo a la vez, como de algún modo hemos hecho, en ideas como en prácticas, toma tiempo. Por eso no tendría reparo en considerar que los primeros 20 años del Instituto han sido apenas la experiencia piloto de lo que vendrá.
A la vez, hemos aprendido a sostenernos y a avanzar prácticamente sin subsidios públicos, fondos privados o recursos de parte de financiadoras de organismos de la sociedad civil. Jamás hemos estado cómodos con el prospecto de pactar términos para asegurar esos apoyos: valoramos demasiado nuestra autonomía. Eso nos ha conducido a implementar una serie de medidas para dar lugar a modus operandi económicos novedosos: hoy visualizamos estrategias muy específicas para hacer converger recursos para diversos fines, de una manera en que las virtudes y los bemoles de los fondos provenientes de distintos sectores y agentes puedan suplementarse recíprocamente. Con base en ello fortaleceremos nuestro quehacer, a nuestro equipo y colaboradores, a la vez que ensancharemos la posibilidad de acceder a nuestros espacios y crearemos nuevas posibilidades tácticas y estratégicas útiles también en otros contextos.
Así, al filo de nuestros 20 años, impulsamos tres programas de calado (denominados Comunidades, Mutual y Critical Switch) que desdoblan hacia el exterior institucional lo ya probado en el Instituto. Se trata de poner en marcha colectivos que den cuerpo a cada una de nuestras áreas en el espacio social, establecer un mecanismo para facilitar alianzas materiales transversales, y ofrecer una plataforma digital concebida para facilitar la convergencia de deseos y voluntades en torno a iniciativas sociales, intelectuales o creativas. El planteamiento será útil también para otros, con quienes además podremos ampliar y multiplicar lazos e intercambios. Nuestra labor pasa asimismo por la generación de alianzas resonantes y bien afinadas. En los ámbitos cultural, académico y social hoy es imperativo generar vínculos y esquemas económicos en común para que el mayor número posible de iniciativas y proyectos pueda salir avante a pesar de las inclemencias del clima reinante.
Hace varios años leí que la Open University del Reino Unido se sentía amenazada por el prospecto de una alianza entre Facebook, LinkedIn y alguna gran universidad norteamericana. Eso probablemente ya haya sucedido. ¿En qué lugar nos deja un escenario así? En el que queremos y nos corresponde: permanecer como una opción, acaso ya no sólo formativa sino también societal más amplia. Al parecer hoy la realidad nos obliga a dar lugar a oasis integrales para la existencia personal y colectiva, allende los desiertos suicidarios (el término es de nuestro colega brasileño Vladimir Pinheiro Safatle) del consumo, la opresión y la depredación. Vaya la invitación a todos quienes coincidan con nuestra apuesta y deseen sumarse a la caravana que hemos puesto en movimiento.
Este es un convite que hemos sostenido siempre. Por eso nos hemos esmerado en compartir públicamente nuestro quehacer en la mayor medida posible. Nuestros 30 coloquios hasta ahora (en que han participado más de 600 invitados de todas partes) han permanecido abiertos al público irrestricta y gratuitamente. Por eso, aún en nuestras condiciones, a la fecha el 30 por ciento de nuestros estudiantes de posgrado ha recibido alguna clase de apoyo económico. Y por eso hemos hecho un esfuerzo por dialogar permanentemente con la prensa respecto a diversos temas de interés público.
Por ejemplo, en estos meses de pandemia y precipitación digital nos hemos pronunciado en respuesta a la zoomificación generalizada: la cuestión no es estar sin más en favor o en contra de “lo digital” en los terrenos educativo y laboral, sino cómo habitarlo y de qué manera reconocer lo incalculable en su elemento. En un encuentro convocado por la UNAM en que la generalidad de los conferencistas participaban en formato videográfico, me presenté con una pantalla en negro, limitándome al uso de la palabra. Evoqué la figura del fotógrafo ciego y la negatividad con que nos confronta la radiofonía, que tan crítica se ha tornado frente a la hegemonía del video en vivo, al remitir a la escucha y la conversación más que a los iconos de la fama, la autoridad y el prestigio. Nos oponemos al monocultivo del video en tiempo real y estamos en favor de promover una ecología de los medios, que tampoco carece de implicaciones ambientales y de justicia social: a más ancho de la banda, mayor consumo de recursos y mayores restricciones de acceso.
Desde siempre contrastamos la escritura con el video live: hoy podemos tomar la radiofonía en el mismo sentido, así conlleve oralidad. Hace tiempo que estamos cerca del circuito de las radios digitales independientes. Como sucede con la economía, en la esfera digital hay una infraestructura básica de la que dependemos, que sobre determina muchas posibilidades y que debe ser transformada según el principio de que el internet es un bien público (su desarrollo también fue auspiciado con fondos estatales). Cuando sobrevenga ese ajuste necesario, recorridos como el nuestro, y el de otros como Klastos, bien podrán enriquecer el repertorio de los caminos posibles a seguir.